Al igual que es innecesario ser un
catedrático y licenciado en ciencias políticas para hablar de
anarquismo, tampoco hace falta ser estudiante de biología para tratar
sobre este asunto, pues en los libros de texto dan conocimientos muy
parciales y santifican la bio-tecnología como panacea. La falacia del
progreso tecnológico ha contaminado hasta la biología. Con el pretexto
de acabar con el hambre en el mundo, muestran a la opinión pública que
modificar los genes de un organismo para que adquiera ciertas
características, como resistencia a pesticidas y plagas así como un
mayor crecimiento, no afecta a la biodiversidad ni a nuestra salud. No
obstante, veremos que detrás de esas bonitas palabras, se esconden
intereses económicos, como es la monopolización de la industria
agroalimentaria.
Un transgénico es un organismo al cual
se le introdujo un gen de otro para que éste adquiera una determinada
característica que pueden ser, desde una mayor resistencia a pesticidas
hasta variar su rendimiento. No obstante, hay que hacer una distinción
entre lo que es la obtención de una nueva variedad mediante los cruces y
lo que es implantar un gen extraído de una bacteria, planta o animal.
En el primer caso, el nuevo individuo resultado del cruce, contiene una
mezcla del 50% de los genes de sus progenitores. Mientras que en el
otro, esa nueva “variedad”, denominada OMG (Organismo Modificado
Genéticamente) o ‘transgénico’, no proviene de la unión de dos gametos
masculino y femenino sino que ha salido de un laboratorio con un nuevo
gen en su ADN. Los defensores de la bio-tecnología dicen que la
modificación genética es igual que el método de los cruces pero siendo
este primero, un proceso más rápido. Sin embargo, observamos claramente
la diferencia entre un cruce natural y la introducción de genes de otras
especies. No tienen nada en común, lo cual es una falacia para
justificar su industria.
Todo tiene sus pros y contras. Así pues,
la manipulación genética permite crear plantas más resistentes a
condiciones climáticas, pesticidas, herbicidas, aumentar su rendimiento,
reducir la cantidad de abono necesario, etc… No obstante, todo ello
responde a principios productivistas que vienen dadas en el sistema
capitalista, lo que quiere decir que la producción de transgénicos no
está destinada a paliar el hambre en el mundo sino a crear nuevos
mercados y aumentar las ventas. Como apunte antes de continuar, hay
quienes alegan que los OMG en sí no son malos sino las multinacionales
que monopolizan el mercado de las semillas transgénicas. Sin embargo,
hoy por hoy nadie puede cultivar esas plantas porque están patentadas y
porque dichos cultivos necesitan agroquímicos específicos para poder dar
sus frutos y cosecharlos, con el añadido de que las nuevas semillas no
pueden replantarse y solo se pueden adquirir de las multinacionales con
derecho a comercializar las semillas transgénicas, lo cual, ese
argumento no tiene validez alguna.
La proliferación de los transgénicos
tiene un gran impacto medioambiental, las vastas tierras de América del
Sur, la India y parte de África se están convirtiendo -de hecho ya lo
son- en enormes campos de monocultivo de soja, algodón, arroz, maíz y
otros productos, destruyendo miles de variedades locales y amenazando
gravemente la biodiversidad -viene a ser aproximadamente, la cantidad de
especies y variedades de seres vivos que conforman un ecosistema,
siendo cuanto más variedades haya, más estable, mejor se defiende ante
posibles plagas y mayor probabilidad de supervivencia de las especies
que habiten en la zona- de esos lugares porque el polen de las plantas
transgénicas puede llegar a contaminar las variedades no modificadas
genéticamente que se encuentren cerca. Añádase también, que los
transgénicos son producidos mediante las técnicas de la agricultura
moderna e industrial, es decir, utilizando inmensos campos de
monocultivo, agroquímicos que contaminan suelos y aguas degradando la
tierra en donde se cultiva, haciendo imprescindible el uso de
fertilizantes, o sea, depender de la industria química.
Pese a sus supuestos puntos a favor, no
es nada comparable a sus nefastos efectos negativos. El cultivo de
transgénicos, a parte de atentar contra la biodiversidad de la región,
arruina a los pequeños y medianos agricultores, amenazando también a la
agricultura tradicional y ecológica, dejando sin tierra a miles de
campesinos y comunidades indígenas obligándoles a, o que trabajen para
otro en sus tierras robadas, se mueran de hambre o se marchen lejos.
Además, la mayoría de los OMG se destinan a la elaboración de piensos
para alimentar al ganado industrial, con que, lejos de resolver el
problema del hambre del mundo, lo agrava, puesto que es en países en
vías de desarrollo donde más hectáreas ocupan.
Sobre todo, el modelo de agricultura
industrial junto a la proliferación de transgénicos ha supuesto la
pérdida de la soberanía alimentaria del pueblo, esto es, nuestra
capacidad de decidir qué y cómo obtener nuestros propios alimentos sin
depender de otra institución o empresa opacos ante el pueblo. Hoy
tenemos abundancia de alimentos y en Occidente se tiran toneladas de
comida para mantener los precios mientras en el Sur muchos mueren de
hambre. No obstante, el día de mañana todos pagaremos caro el precio
tanto de la manipulación genética en laboratorios como su modelo
industrial. Existen alternativas al uso de OMG y una de ellas es la
permacultura, un sistema de cultivo que trata de imitar la naturaleza,
es decir, en crear un mini-ecosistema productivo que satisfaga nuestras
necesidades alimenticias sin depender de industrias químicas ni
laboratorios biotecnológicos.
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